miércoles, 9 de marzo de 2016

Agradable, desagradable o neutro.

De adolescente, un sicólogo, amigo de mi padre, que tenía un gabinete de orientación me pasó una batería de test para ayudarme a elegir el tipo de estudios que me vendría mejor. Por aquel entonces a mí me parecía todo interesante. Bastaba con tener información suficiente sobre una profesión o materia para que quedara inmediatamente enamorado. Menos el derecho, la química, la ingeniería industrial y la historia, me atraía prácticamente todo: la filosofía, la electrónica, la medicina, la ingeniería agraria, la pintura, las lenguas, la biología y otros estudios que ahora no recuerdo. Digamos que era muy indeciso, como suele suceder en los adolescentes. El caso es que de aquellas entrevistas y pruebas que pasé recordaré siempre la siguiente anécdota. Tenía que elegir un respuestas de las tres que se me proponían. Te encuentras de viaje en el departamento de un tren con otros viajeros. Qué prefieres a) mirar el paisaje por la ventanilla, b) entablar conversación con algún o algunos compañeros de viaje, c) leer un libro.


Eso depende --le dije al sicólogo. Si el paisaje es hermoso y los viajeros no me parecen interesantes (o se les ve poco sociables) y no estoy en medio de ninguna lectura apasionante, pues el paisaje. El libro puede esperar, pero una conversación interesante... No, no, no, sin condiciones. Todo es igual de interesante o aburrido, de las tres actividades, la que más te atraiga. Marca una equis en el cuadradito que corresponda, y no le des tantas vueltas. Después de dos o tres intentos por justificar mi dificultad para decidirme, taché una de las respuestas y seguí adelante con la prueba repitiéndose más de un vez la misma dificultad para decidir.


Han pasado muchos años desde entonces. Durante ese tiempo han sido varias las ocasiones en que alguien me ha preguntado por mi compositor (por ejemplo) preferido. Mi compositor preferido es el que estoy escuchando en ese momento. ¿Y el tuyo? El mío es Vivaldi. En este caso y en el típico de si te gustan más las rubias que las morenas, yo me sentía seguro. El que tenía claro que le gustaban las rubias o Vivaldi, era un tonto del haba, que no sabía lo que estaba diciendo. Pero en otras muchas ocasiones, el autoconocimiento que los demás tenían de sí mismos, me dejaba apabullado. Yo no sabía casi nada de mí. Mi nombre, mi edad, y poco más. De adolescente tampoco tenía una idea muy clara sobre mí mismo. Ni me veía muy bien, ni tampoco muy mal, en ningún sentido. Y eso era porque todo estaba bien desde un punto de vista, pero desde otro tenía sus inconvenientes. Era una persona muy insegura, de eso no había duda.

Pero todo vuelve en la vida. ¿La ventanilla, los pasajeros o el libro? Ahora el dilema es si las sensaciones que percibo son agradables, desagradables o neutras. Este tono de naranja, esta luz del mediodía, este sonido de la calle, esta brisa en la cara, este olor a rancio, ¿son agradables, desagradables o neutros.
Aquí tampoco vale la reflexión o la explicación que nos damos, me gusta el sonido del papel porque el papel es el material con el que se hacen los libros y a mí me gusta mucho leer. Es más bien, me gusta este olor a boñiga de caballo, porque me gusta, no sé por qué y lo reconozco. En mi caso, hay sensaciones claramente desagradables y otras, claramente agradables, pero la inmensa mayoría no sé si son una cosa u otra, es decir, son neutras. Sin embargo, las sensaciones neutras conducen a la indiferencia y ésta es madre de la ignorancia, según una larguísima tradición de practicantes de la auto observación. Y a mí no me gusta la ignorancia. Además, todas las cosas en sí mismas, incluidas las sensaciones, me parecen interesantes.



Mientras trato de terminar esta entrada, oigo en la calle el claxon de un coche. Debería ser una sensación desagradable por no ser un sonido natural además de ser uno de los primeros contaminantes sonoros de la ciudad. Pero me ha parecido un sonido limpio y breve. Un músico profesional lo hubiera podido identificar como un fa sostenido o un sol, quizá un la. De un timbre semejante al oboe o a la trompa. Creo que sí, que ha sido una sensación auditiva agradable. Pero en el momento de oirlo y de tratar de clasificarlo como agradable, desagradable o neutro, no he sido capaz. Me he quedado bloqueado. ¿Neutro, entonces?

miércoles, 3 de febrero de 2016

Cuatro años estratificada... esta semilla

Creo que mi anterior blog, La cosa que da, tuvo un comienzo similar: Arranque fallido y, después de un tiempo de silencio,  algo empiezó a surgir como el fruto de una vieja aspiración.
Quedó interrumpido por dos acontecimientos que yo destaco como importantes: la jubilación y el encuentro cara a cara con el budismo zen. El primero me privo de sucesos, anécdotas, contacto con la gente y toda la vida externa que te proporciona el trabajo diario. El segundo, el zen, acentuó mucho más la vida interior y, sobre todo, inauguró una época de silencio y aquietamiento. Han pasado casi cuatro años desde la primera entrada y siento un impulso, entre necesidad y deseo, de volver a escribir y compartir.

Algo había escrito en estos cuatro años, pero estaba todo en el cajón de los borradores. Ahora lo iré subiendo con el fin de no distanciar demasiado unas entradas de otras. Hay que tener en cuenta que este blog se llama "tan callando". Se trata de una alusión al budismo zen con palabras tomadas de mi formación humanística y mi cultura española, concretamente de los primeros versos de las "Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre":
                               
                               Recuerde el alma dormida,
                               avive el seso y despierte
                               contemplando 
                               cómo se pasa la vida,
                               cómo se viene la muerte
                               tan callando;

El "alma dormida" (ignorante) debe despertar a la realidad de la vida y de la muerte, un fluir, un cambio constante que se produce en completa calma, en silencio. Este silencio, me parece a mí (a mi parescer, diría don Jorge) no se refiere tanto a la ausencia de ruido, o de sonidos, como a la ausencia de imágenes, mentales, ideas, diálogos, voces recordadas o vivas; palabras, en definitiva. La vida pasa en silencio, nos dice el poeta. Por eso no la oímos. Si, en cualquier paraje natural, como puede ser un bosque, un valle, una dehesa, etc., observamos en silencio a nuestro alrededor sin necesidad de nombrar mentalmente, todo lo que percibimos, nos daremos cuenta de que todo está y transcurre en silencio, a pesar del sonido de la corriente del río o riachuelo, de los trinos de los pájaros o del zumbido de las abejas.

Por lo tanto, me gustaría que este blog, "...tan callando" condujera al silencio, a la quietud, a ese lugar donde todas las palabras se vuelven contradictorias y se disuelven, se desbaratan como un castillo de naipes.


Por cierto, que este tema de las palabras y el silencio está magistralmente tratado y explicado por Juan Arnau en un precioso libro sobre Nagarjuna titulado "La palabra frente al vacío" cuya lectura os recomiendo. 



miércoles, 9 de mayo de 2012

Aquí y ahora (entrada cero)

Hace unos años me encontraba al borde de una carretera interurbana esperando que pasaran los últimos coches para cruzar al otro lado. De pronto, un perro pequeño, que yo no había visto, cerca de mí inició la travesía con tan mala suerte que, antes de alcanzar el otro extremo, un coche le pasó por encima. Oí un aullido agudo que me impresionó. Inmediatamente pensé que allí habían acabado los días de aquel pobre perro. Pero no; terminó de cruzar el tramo de carretera que le faltaba y siguió su camino como si tal cosa. Es decir, como si tal cosa, no; pues el perro sólo caminaba con las dos patas de delante y arrastraba completamente los cuartos traseros. No se detuvo, no miró hacia atrás, ni volvió a quejarse.